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SILVIA'S MOTHER - DOCTOR HOOK

silvia's mother - doctor hook 1972

La banda, cuyo nombre imita al de uno de aquellos charlatanes que recorrían el Oeste de villorrio en villorrio en un carromato, tratando de vender milagrosos remedios para casi todo, se formó en Union City, una localidad del estado de New Jersey, en el año 1967. Los miembros fundadores fueron George Cummings (Meridian, Mississippi, 1938), Ray Sawyer (Chickasaw, Alabama, 1937) y Billy Francis (Ocean Springs, Mississipi, 1942), tres sureños que ya habían trabajado juntos con anterioridad en un grupo llamado “The Chocolate Papers”. En el 67 volvieron a reunirse en tierras de New Jersey, y allí ficharon a un cantante local, Dennis Locorriere (Union City, New Jersey, 1949). Con varios cambios de batería van a tomar el nombre de “Dr. Hook & The Medicine Show” en cuanto comienzan a actuar en pequeños locales. Uno de ellos, Ray Sawyer, acababa de perder su ojo derecho en un grave accidente de coche, y aparecía siempre con un parche negro, convirtiéndose en una de las notas distintivas de la banda.

“Sylvia´s Mother” o “La madre de Silvia”, su traducción literal, es un tema compuesto por Shel Silverstein y aparecido en el mercado discográfico a mediados de 1972. Su letra tiene una fuerte carga autobiográfica, pues narra los fallidos intentos del propio Silverstein por reanudar a la desesperada una relación sentimental recién rota con una chica llamada Sylvia Pandolfi (Que en la canción cambió su apellido a “Avery”), comprometida ya con otro hombre. Al parecer Silverstein llamó un día por teléfono a su amada, pero la que se puso al aparato fue la madre, que le dijo que todo había terminado entre los dos. Y de eso, sencillamente, es de lo que trata este magnífico tema.

La señora Avery le dice que Sylvia está muy ocupada para ponerse al teléfono, que está intentando iniciar una nueva vida, en la que encontrará la felicidad, y le insta a que deje en paz a su hija. Él insiste en hablar con ella, mientras como telón de fondo una operadora le conmina a introducir 40 centavos en la ranura de la cabina para poder seguir hablando durante los próximos tres minutos. Tras aflojar la pasta, el desconsolado escucha cómo la madre de Sylvia le cuenta que su niña está haciendo el equipaje, y que se marcha de casa para contraer matrimonio con un chico de Galveston (Texas) – del que deducimos que debe ser un buen partido – y que deje de darle la lata. Pero él porfía, alegando que sera sólo un momento, lo justo para decirle adiós, a lo que la mama le responde que nanay, que Sylvia tiene que tomar el tren de las 9, y a renglón seguido hace un inciso para recomendarle a su hija que lleve el paraguas, porque está empezando a llover. Después, muy civilizadamente, le da las gracias por llamar, pero le advierte también que no vuelva a hacerlo.

Una historia prosaica, de gente ordinaria y corriente, real como la vida misma, y que habrá tenido lugar millones de veces, con un arreglo entrecortado y una voz sollozante, cual corresponde al vulgar dramatismo cotidiano de la escena, una escena que hoy, cuando los móviles han sustituido ya hace tiempo a las románticas cabinas telefónicas, arrumbándolas como una auténtica antigualla, puede sonar extraña, en este tiempo de comunicaciones instantáneas y sin intermediarios. Pero así era el mundo en 1972, cuando las madres de Sylvia aun podían salir al quite y tomar el mando de las operaciones, mandando a paseo a los novios poco convenientes…


DUST IN THE WIND



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